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Martes, 18 de Noviembre 2025, 14:44h
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La apodan 'la dama de hierro japonesa' por su admiración a Margaret Thatcher, aunque también podría ser por su devoción a Iron Maiden. Sanae Takaichi acaba de hacer historia al convertirse en la primera mujer en gobernar Japón, lo que, sin duda, requiere un carácter —digamos— heavy.
Nacida en Nara hace 64 años, hija de un comerciante de motocicletas, creció entre motores y vinilos.
En la universidad tocaba la batería en un grupo de rock y aún hoy, cuando se enfada, dice desahogarse golpeando los bombos al ritmo de Burn, de Deep Purple. También sigue recorriendo las carreteras a lomos de sus Kawasaki —los medios japoneses la describen incluso como una ex-biker chick. Su pasión por el heavy metal y las motos convive con una fe casi reverencial en Thatcher, a quien considera su modelo político.
De hecho, su ascenso político tiene mucho de esa obstinación británica: fue ministra de Asuntos Internos y Comunicaciones y una de las figuras más leales al ex primer ministro Shinzo Abe, que la impulsó dentro del Partido Liberal Democrático. Desde entonces, ha defendido el rearme de Japón, la revisión de la Constitución pacifista y una política migratoria restrictiva. También se opone al matrimonio igualitario y a que una mujer pueda ser emperatriz.
Aunque su victoria marca un hito, Takaichi no se presenta como símbolo feminista. Su estilo de liderazgo parece una mezcla de disciplina samurái y estética británica: orden, frialdad y una idea casi militar del deber. Suele citar a Thatcher como modelo —admira su forma de decidir sin buscar el consenso fácil—. En un país donde poco la presencia femenina en los escaños del Parlamento es casi testimonial, su ascenso combina la paradoja y la ruptura: rompe el techo de cristal, pero no para cambiar la casa.
Se lanzó por primera vez a la política en 1992 como candidata independiente, aunque no logró el escaño. Lejos de rendirse, volvió a competir al año siguiente y esta vez sí consiguió entrar en el Parlamento. En 1996 se incorporó al Partido Liberal Democrático (PLD), donde consolidó su carrera. Desde entonces ha sido elegida diputada en diez ocasiones, con una única derrota, y se ha convertido en una de las figuras más firmes y conservadoras del partido. A lo largo de su trayectoria ha ocupado varios cargos de alto nivel, entre ellos ministra de Seguridad Económica, ministra de Estado para Comercio e Industria y, durante un tiempo récord, ministra de Asuntos Internos y Comunicaciones.
Este año, a la tercera consiguió la victoria y se convirtió en la primera mujer primera ministra de Japón tras ser confirmada por el Parlamento. Takaichi es una conservadora acérrima que se ha opuesto durante mucho tiempo a la legislación que permite a las mujeres casadas conservar su apellido de soltera, insistiendo en que socava la tradición.
Sus detractores la acusan de revisionista por sus declaraciones sobre la Segunda Guerra Mundial —ha visitado el polémico santuario Yasukuni, donde se honra a criminales de guerra—, mientras que sus seguidores ven en ella una patriota sin complejos. Entre la batería y la bandera, Takaichi ha construido una imagen que combina poder y espectáculo: una mujer que gobierna a ritmo de heavy metal y que, desde Tokio, quiere devolver a Japón el tono de los años en que el país no temía hacer ruido.
Considerada discípula del fallecido Shinzo Abe, ha prometido retomar su enfoque económico basado en un fuerte gasto estatal y créditos accesibles. Asimismo, defiende flexibilizar las limitaciones que la Constitución impone a las Fuerzas de Autodefensa, actualmente privadas de capacidad ofensiva.
No es de extrañar que su relación con Donald Trump sea más que cordial, como ha demostrado en la reciente visita del presidente de Estados Unidos a su país. Cuentan que hubo química política y música de fondo... sin especificar.