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Martes, 18 de Noviembre 2025, 14:41h
Tiempo de lectura: 4 min
Le pides consejo. Le cuentas los miedos que te despiertan de madrugada. Te desahogas. ChatGPT no solo redacta tus trabajos o planea tu fiesta de tu cumpleaños: te ayuda a procesar el duelo, incluso escribe emails irresistibles para esa persona que te hace tilín, como un Cyrano robótico. ¿Pero dónde van a parar todas esas conversaciones? Tu intimidad, tus planes, tus secretos… Mira la foto de arriba. Van a parar ahí.
Aquello era un campo de maíz en la pradera de Indiana. Ahora es el centro de datos más grande del planeta. Project Rainier. Medio millón de chips. Y adivina de quién es. Jeff Bezos. Un acuerdo reciente de 38.000 millones de dólares ha cambiado el mapa de la IA. ChatGPT dejará de correr exclusivamente en servidores de Microsoft (Azure se llama su nube) para hacerlo también en la infraestructura de Amazon Web Services (AWS). La misma que ya controlaba Claude, la IA de Anthropic, en la que Amazon invirtió 8000 millones. Bezos ahora tiene acceso a las dos inteligencias artificiales más poderosas del planeta. ¿Qué hará con todo ese material?
Amazon ya conocía tu historial de compras, las series que ves en Prime, la música de tu playlist. Pero esto es otro nivel. Esto no son tus hábitos de consumo. Esto es una puerta abierta a tu corazón, a tu mente… y a tu bolsillo. Cuando le cuentas a ChatGPT que estás deprimido, que has pensado en dejarlo todo, que no sabes si quieres seguir con tu pareja, esa información viaja a servidores que controla el hombre que transformó el comercio electrónico en un imperio de dos billones de dólares. OpenAI reveló hace poco que más de un millón de usuarios semanales mantienen conversaciones relacionadas con crisis severas de salud mental. Otros 600.000 muestran signos de psicosis o ideaciones suicidas…
¿Y las políticas de privacidad, esa letra pequeña que nunca lees? Si no las borras, tus conversaciones con ChatGPT están ahí para siempre, como los correos de Gmail. Pero la diferencia es qué pasa cuando las eliminas y para qué se usan mientras tanto. OpenAI usa conversaciones para entrenar a su IA salvo que desactives manualmente esa opción en los ajustes. Borras un chat y desaparece de tu pantalla, pero aún permanece treinta días en los servidores. Además, en mayo, una orden judicial obligó a OpenAI a preservar indefinidamente todas las conversaciones de ChatGPT, incluidas las que los usuarios creían borradas para siempre. Fue por un litigio sobre derechos de autor, pero en teoría podría usarse para cualquier investigación, así que podrían cazar a alguien que planee o confiese un crimen en sus conversaciones con la IA... Anthropic, por su parte, cambió las reglas en septiembre: ahora pide permiso para husmear en tus cositas. Aceptas y tus conversaciones viven cinco años en sus servidores. Rechazas y se borran en treinta días.
La de Indiana no es la única nube descomunal. Microsoft lleva gastados 80.000 millones en centros de datos solo en 2025. El de Wisconsin conecta cientos de miles de procesadores con fibra óptica suficiente para rodear la Tierra cuatro veces. Google distribuye su infraestructura en 300 instalaciones. En Nebraska e Iowa, cuatro centros funcionan como un solo organismo alimentando a Gemini, su IA. China construyó 500 centros en dos años, algunos son submarinos para que el océano los refrigere.
El problema es la energía. Una consulta a ChatGPT consume diez veces más que una búsqueda en Google. Las renovables son intermitentes. Así que las tecnológicas abrazan la energía nuclear. Y luego está la Luna. En octubre, Bezos anunció sus planes: centros de datos en órbita terrestre y en la superficie lunar. Sol perpetuo, temperaturas bajo cero, refrigeración gratis. Blue Origin ya trabaja en ello. En marzo, la start-up Lonestar puso un prototipo del tamaño de un ladrillo en la Luna. Sam Altman apoya la idea.
Pero esos centros lunares no servirán para la IA que controla tu coche o un dron militar. La latencia de casi tres segundos los hace inútiles para tomar decisiones en tiempo real. Un vehículo autónomo necesita respuestas en milisegundos para frenar ante un peatón. La Luna será para respaldo, archivo y recuperación en caso de desastre. Para lo urgente, la solución es distinta: edge computing. Procesar datos dentro del propio vehículo o en centros cercanos. Lo que significa más chips, más procesadores, más hardware distribuido por todas partes.
Mientras tanto, los nuevos agentes de IA reservarán billetes, programarán citas médicas, comprarán online. Se habrán convertido en psicólogos, confidentes, agente de viajes y gestores financieros, todo en uno. Y necesitan acceso a correos, calendarios, números de cuenta. La promesa: datos encriptados. Pero esos datos terminan en discos duros físicos, en edificios que tienen dueño. Y el mayor casero mundial de la IA, desde ahora, es Bezos.