Edición

Borrar
Malala cuenta cómo superó el trauma de recibir un tiro en la cabeza: drogas, terapia...y el amor

La doble vida de la activista

Malala cuenta cómo superó el trauma de recibir un tiro en la cabeza: drogas, terapia...y el amor

Foto de Robert Wilson

A los 15 años , Malala Yousafzai sufrió un atentado talibán por liderar una campaña por la educación de las niñas en Pakistán, y se convirtió en todo un símbolo y en la ganadora más joven del Nobel. Ahora, a los 28, muestra su otra cara: sus años 'locos' de estudiante en Oxford, su trastorno por estrés postraumático, su depresión... y a su marido. Más implicada —y amenazada— que nunca en el activismo, Malala ha encontrado su propio camino.

Viernes, 14 de Noviembre 2025, 10:01h

Tiempo de lectura: 9 min

Hace 13 años, Malala Yousafzai recibió un disparo en la cabeza en un autobús escolar en Pakistán por alzar la voz contra la prohibición de los talibanes a la educación femenina. Casi murió aquel día, con solo 15 años. Le reconstruyeron el cráneo en Birmingham (Inglaterra); la bala paralizó la mitad de su rostro. A los 17 ganó el Premio Nobel de la Paz; la persona más joven en recibirlo. A los 20, mientras se preparaba para ingresar en la Universidad de Oxford, viajó por cuatro continentes y conoció a nueve primeros ministros.

alternative text
El atentado. Malala en el hospital de Birmingham a donde fue trasladada para una delicada intervención desde Pakistán tras el atentado que casi le cuesta la vida en 2012. El 9 de octubre de ese año, Malala regresaba a su casa, en el valle de Swat (Pakistán), en el autobús escolar cuando dos hombres armados detuvieron el vehículo. Uno de ellos subió al autobús, preguntó por Malala y, cuando ella se identificó, le disparó a quemarropa en la cabeza. Milagrosamente, Malala sobrevivió, aunque sufre secuelas como parálisis facial y pérdida auditiva.

Se construyó un mito en torno a ella, pero resulta que Malala siempre fue una joven normal. Logró ingresar en Oxford, pero ese éxito la llevó a desmoronarse internamente: experimentó una profunda sensación de fracaso, vulnerabilidad y ansiedad; «la terrible y vergonzosa sensación –admite ahora– de que no estaba a la altura de las expectativas de la Malala de 15 años, valiente y audaz». Confiesa que fue a la universidad en busca de un tipo distinto de libertad, «donde cada elección, incluso las malas, me perteneciera».

Allí salió de fiesta (aunque nunca bebía); sufrió flashbacks provocados por la marihuana; ataques de pánico y la densa niebla de la depresión. Y, junto con todo eso, vivió un amor prohibido y secreto por el hombre que, tras una crisis existencial, se convertiría en su esposo.

En Oxford fumó marihuana en una pipa de agua y entró en 'shock'. Tuvo un 'flashback' del ataque talibán: su sangre, el arma... Todo volvió. El miedo la invadió de tal forma que no podía dormir ni trabajar

Malala Yousafzai está sentada tomando café conmigo cuando se publica su nuevo libro de memorias, Finding my way ('Encontrando mi camino'). Es muy diferente que su anterior biografía y éxito mundial, Yo soy Malala. Ahora tiene 28 años y, desde noviembre de 2021, está casada con Asser Malik, siete años mayor que ella.

«La Malala de mi primer día de universidad no es la Malala de mi último día –explica–. Son dos personas diferentes. Cambié en muchos sentidos y estoy muy orgullosa de esta nueva versión de mí, porque todas las experiencias me ayudaron a formarme».

«Me di cuenta de que levantarte cuando te sientes hecha pedazos, vulnerable, quizá sea la verdadera definición de valentía. Es más valiente que la historia que conté antes (en Yo soy Malala), porque estas emociones siempre estuvieron ahí, pero las había reprimido. Entonces pensaba: 'Solo necesito recuperarme físicamente. Y, cuando pueda volver a caminar y hablar, habré ganado y podré retomar mi misión (de la educación de las niñas)'. No me daba cuenta de que estaba intentando enterrar el trauma».

Durante el primer año en Oxford, donde estudiaba Filosofía y Política, fue libre. Al principio hubo una vil reacción en Pakistán, donde los trolls la llamaron 'prostituta' por usar vaqueros ajustados, una chaqueta bomber y botas (un estilo que había buscado en Internet escribiendo «Selena Gomez casual»), pero pronto se apagó.

alternative text
La familia. Malala con sus padres y sus hermanos en la habitación de su infancia en Pakistán, con los premios que ganó por sus logros académicos.

Su nuevo y amplio grupo de amistades era leal, y su equipo de seguridad –apostado en una habitación cercana– le daba libertad para moverse por el campus sabiendo que estaba protegida. Experimentó con la ropa, salía hasta el amanecer... «Era mi primera vez en un campus universitario. Ni siquiera había visto a un chico de mi edad. Así que prioricé socializar por encima de estudiar y dormir, porque mis amigos eran todo para mí».

En esencia estaba huyendo del peso de la responsabilidad, tanto familiar como financiera (sus conferencias sostenían todos los gastos de toda su familia, desplazada a Inglaterra: la hipoteca, la comida, sus hermanos, todo).

El incidente de la pipa

Fue en su segundo año en Oxford cuando ocurrieron dos «eventos» que, según ella, cambiaron su vida. El primero fue lo que llama «el incidente del bong», una pipa de agua para fumar, porque fue lo que desencadenó su crisis de salud mental. El segundo fue enamorarse de Malik.

El incidente del bong ocurrió en primavera de 2019. De madrugada fumó marihuana usando el bong –no era la primera vez que probaba la droga, pero sí la primera con ese método–. Tuvo una reacción tan fuerte que perdió el conocimiento. Vomitó y se quedó tirada en el suelo, aterrorizada. Tuvo un flashback del ataque talibán: su sangre, el hombre con el arma, la camilla corriendo hacia el helicóptero... Todo volvió. El miedo la invadió de tal forma que no podía dormir ni trabajar.

alternative text
Entre amigas. Malala ingresó en la Universidad de Oxford sin tener apenas habilidades sociales, reconoce. Y decidió compensar el tiempo perdido: arropada por sus amigas, se lanzó a una vida social que ocultaba un profundo trauma.

Malala ya conocía a Malik en ese momento. El verano anterior, en 2018, se habían conocido cuando él fue a visitar a un amigo en Oxford desde Pakistán. Pero su relación había sido platónica, aunque ella reconoce que estaba ya encandilada.

Y entonces llegó aquella noche del bong. «Fue, sobre todo, lo que desencadenó. Creía que había enterrado ese trauma y, luego de fumar, fue como si alguien hubiera excavado y lo hubiera sacado todo otra vez». Con el tiempo aprendió a manejar los flashbacks. Se apoyó en la amistad de Malik, con quien hablaba por teléfono desde Pakistán. Meses después, en el verano de 2019, él la visitó. Los sentimientos eran mutuos. Vivieron un intenso noviazgo en secreto. Él le dijo que la amaba. «Nunca había pensado en el 'amor' ni en estar enamorada como algo que formara parte de mí, así que sentí que eso me hacía vulnerable», explica. «No me gustaban esos sentimientos. Enamorada te sientes más vulnerable, y yo seguía pensando: 'Una activista no debería pensar en eso'».

El hombre equivocado

«Ni mirar ni tocar ni salir con alguien», escribe Malala. «Cualquier conversación con un hombre antes del matrimonio debía estar supervisada por los padres. Esas eran las reglas pastunes, y ya las había roto todas». Malala vivía con el continuo miedo a ser descubierta.

alternative text
El amor. Su marido, Asser Malik, es un ejecutivo deportivo que trabaja para la Junta de Críquet de Pakistán. Antes de unirse a la causa de su mujer, era director de operaciones de un club de ese deporte, pero ahora gestiona varios proyectos deportivos para mujeres.

Su equipo de seguridad no le preocupaba; confiaba en su discreción. Recuerda haber visto la película Toy story 4 con Malik con los guardaespaldas sentados detrás de ellos. «Ignóralos», le dijo. «Pero hay dos hombres enormes detrás de mí. ¿Cómo puedo ignorarlos?», respondió él. Malala estaba aterrorizada de ser avergonzada públicamente en Pakistán, de que los padres retiraran a sus hijas de la escuela que ella había construido con el dinero de su Premio Nobel. Todo su trabajo podría irse por la borda. En una ocasión se lanzó dentro de un seto para evitar ser fotografiada con Malik. «Era agotador», dice.

Cuando al fin se lo contó a su padre, de inmediato él comenzó a hablar de matrimonio. Ella no quería casarse, pero tampoco quería perder a Malik. Su madre se enfureció: Asser Malik no era pastún, y Malala tenía que casarse con un pastún.

"Sentía que no estaba cumpliendo con la definición de ser valiente. Estaba decepcionada de mí misma. Pero pedí ayuda. No lo habría superado si no hubiera acudido a terapia"

Al comenzar su tercer año en la universidad, empezaron los ataques de pánico. «Ya no era la misma persona. Sentía estrés por el futuro, por el matrimonio, por lo que iba a hacer después de la universidad». Finalmente buscó ayuda psicológica. «Me sentía tan impotente, vulnerable, débil, frágil y, de alguna forma, una cobarde –explica Malala–. Sentía que no estaba cumpliendo con la definición de ser valiente y fuerte porque antes nada podía asustarme, pero ahora me asustaba todo. No podía ver las noticias sobre atentados o asesinatos. Estaba tan decepcionada de mí misma...».

alternative text
Mecenas deportiva. Malala patea un balón con el equipo afgano femenino en Melbourne. La activista financia ahora deportes de mujeres en países donde no se les permite jugar. A la izquierda: Malala con sus padres y sus hermanos en la habitación de su infancia en Pakistán, con los premios que ganó por sus logros académicos.

Una amiga la llevó a ver a una terapeuta a las afueras de Oxford. La profesional diagnosticó un trastorno por estrés postraumático. «Estoy tan agradecida por haber hecho terapia... Si hay alguien ahí fuera que siente que no puede salir adelante, quiero que sepa que yo también me sentí así y salí. Pedí ayuda». Su último año en Oxford se vio interrumpido por la pandemia. Fue como otra ruptura y añadió más estrés a su confusión. Aprobó los exámenes finales por los pelos. Pero, en el verano de 2021, Estados Unidos retiró sus tropas de Afganistán y los talibanes tomaron Kabul. Hoy es un país donde, una vez más, las mujeres y las niñas no tienen ningún derecho.

El regreso de los talibanes le dio sentido de nuevo a Malala. Su misión estaba clara. El Malala Fund ayudó a evacuar a 263 personas de Afganistán, y se dio cuenta de que para ella el activismo seguía siendo su vocación: «Estoy haciendo todo lo que puedo, trabajando con activistas afganas por los derechos de las mujeres».

alternative text
De niña a mujer. Malala, con 15 años, cuando iba a la escuela en Pakistán. Y ahora, con 28 años, como gestora de su fundación.

Aquel verano, durante unas vacaciones con Malik, también supo que no podía perderlo. El 7 de noviembre de 2021 se casaron en una ceremonia íntima en el jardín de sus padres. «Me siento muy cómoda con mi esposo, con él puedo decir lo que quiera. Es tan divertido, tan comprensivo, tan paciente. Creo que se ha convertido en mi espacio de terapia gratuito las 24 horas del día», bromea.

Él dejó Pakistán, viven en el Reino Unido, y él la acompaña por todo el mundo. Juntos han fundado Recess, una plataforma para invertir en proyectos relacionados con el deporte femenino.

Todavía hay cosas inciertas. ¿Tendrá un hijo, por ejemplo? Malala le dijo a Malik que se casara con ella pensando que no lo tendrían. «Estos temas son muy profundos –dice–. Toma mucho tiempo procesarlos, reflexionar, entender. Es una gran decisión en la vida».

El poder de los talibanes sigue representando una amenaza para su vida. «Siempre he sentido que podría ser atacada en cualquier momento. Siento que ya no hay ningún lugar seguro, pero al mismo tiempo solo podemos hacer lo que está en nuestras manos tomando las medidas adecuadas».

Dónde está o estará su hogar en el futuro sigue sin saberlo. «Quiero pasar tiempo en Pakistán, pero a veces hay que ser honesta. El trabajo que hago requiere que esté en muchos lugares del mundo. Y hay muchos lugares que pueden hacerte sentir que perteneces a ellos. Para mí, ese lugar siempre es Asser. Dondequiera que él esté conmigo, ese se convierte en mi hogar, incluso cuando estamos en un avión volando a algún lugar, y él está sentado a mi lado y nos damos la mano. Ese es mi sentido de pertenencia».