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El bloc del cartero

Enseñanzas

Lorenzo Silva

Viernes, 14 de Noviembre 2025, 10:35h

Tiempo de lectura: 4 min

Nos enseñan las personas, nos enseña la lectura, nos enseña la ciencia y, mejor o peor, también nos enseña la escuela. A las personas que nos dieron recursos y guía para ser menos torpes y dañinos a la hora de ir por la vida les debemos la gratitud que adopta, entre otras, la forma de la memoria cuando ya no están, que es como siguen estando a través de nosotros. A los libros que nos hacen menos obtusos les debemos la consideración de no convertirlos en números en una lista, de darles el tiempo de traspasarnos y quedársenos dentro. A la ciencia le debemos atención y respeto: no morimos con la facilidad con que morían nuestros antepasados ni nos estorban el juicio las viejas supersticiones gracias a ella. A la escuela le debemos sostenerla para nuestros hijos. Y que los haga libres, antes que militantes.

LAS CARTAS DE LOS LECTORES

Espacios libres de adoctrinamiento 

No cuesta imaginar cómo se debe de explicar el conflicto de Gaza en las aulas viendo la profusión de banderas palestinas y pancartas en las manifestaciones estudiantiles de Barcelona el día de la interceptación de la Flotilla. Con motivo del segundo aniversario de los atentados del 7-O, en una entrevista en Catalunya Ràdio, un periodista israelí-catalán se quejaba de que en la escuela de su hija pasasen un vídeo donde se explicaba que Israel asesinaba niños, provocando que la niña volviese a casa diciendo que ya no quería ser israelí. Las escuelas deben ser, por respeto a sus alumnos, espacios libres de banderas y de adoctrinamientos. Deberíamos aprender la lección, en particular en Cataluña, y no recaer en los errores cometidos con hijos de guardias civiles en algunas escuelas al día siguiente del referéndum del 1-O de 2017.

Josep Vilà Batlle. Olesa de Montserrat (Barcelona)


Dos respetables diagnósticos 

En su artículo sobre la histeria, tras reconocer a Jean-Martin Charcot como «el neurólogo más prestigioso de Francia» y afirmar que, a sus clases en el hospital La Salpêtrière acudían los más destacados neurólogos y psiquiatras del mundo, se denigra su figura. No lo justifica que una de sus pacientes, por la necesidad de reclamar atención que conlleva ese trastorno, se excediera en sus manifestaciones hasta el punto de manipular las demostraciones clínicas de una eminencia médica. En el artículo se asegura frívolamente que la histeria «funcionaba como una forma de control social». A partir de la III edición de la clasificación de los trastornos mentales de la asociación psiquiátrica americana (1980) desapareció el término 'histeria', no por no existir ese trastorno que hacía sufrir a muchas mujeres, sino porque el lenguaje común había vulgarizado y desacreditado el término. Cualquiera puede encontrar en Google que la histeria fue reemplazada por dos diagnósticos: trastorno de conversión y trastorno de la personalidad histriónica.

Miguel Ángel Ferrández (psiquiatra). Zaragoza


Los últimos de Filipinas 

Cada vez menos gente disfruta de divagar sin otro objetivo que entablar una conversación interna. En el pozo en el que había abundante agua, ya nada queda. Hemos evaporado su razón de ser y nos precipitamos al vacío. Cada vez más personas resumen su vida en el consumo de vídeos cortos que eliminan todo pensamiento ulterior, cuerpos con los que desfogarse por incapacidad de establecer algo duradero. Dirección: 'fondo del pozo'. Me aterra pensar que quedamos los últimos de Filipinas protegiendo la poca agua que quedó en el cubo cuando el pozo perdió su fondo. Hagámonos Baler, por favor (y valer también).  

Juan Bernar Gutiérrez. Madrid


 

LA CARTA DE LA SEMANA

A mi abuela

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+ ¿Por qué la he elegido?

Porque es la memoria de quienes nos enseñaron lo que nos ilumina el pasado y el porvenir.

Llevo días despidiéndome de mi abuela. Un barullo de emociones me invade. Primero el shock de asumir lo inevitable; después un rayo de esperanza que dio de nuevo lugar al desconsuelo; y así un volver a empezar que me tiene aturdida. Con ella desaparecerá 'la casa de los abuelos', donde siempre había un plato de comida aun cuando decía que «no tenía nada». Ya no quedará ningún teléfono fijo que me sepa de memoria. Sin ella, cada vez quedará menos del mundo de antes de los móviles. El mundo será un lugar más feo y gris. Ayer, con un hilo de voz, me pedía que ni mis hijos ni yo la olvidásemos. ¡Como si fuera posible! Como si la inmortalidad no la hubiese ya ganado en mi memoria y mi corazón. Como si no fuese lo que soy por ella. Y, mientras los días pasan, seguiré a su lado, cogiendo sus manos, antes tan fuertes, y trataré de que todo el amor que nos ha dado la envuelva y acompañe en su último viaje. Hasta que nos volvamos a encontrar.

 Lucía Manrique