El atasco empieza antes de arrancar
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El atasco empieza antes de arrancar
Viernes, 14 de Noviembre 2025, 10:12h
Tiempo de lectura: 9 min
Verónica acaba de cumplir 18 años y vive en Coslada, a poco más de doce kilómetros de Madrid. En verano, nada más terminar el examen de acceso a la universidad, se propuso sacarse el carné de conducir. Estudió los test, aprobó el teórico a la primera y pensó que lo peor había pasado. Pero lleva meses aguardando una llamada: «Ya no solo para hacer el examen –cuenta–, estoy esperando a que me den cita para empezar las prácticas».
Su caso no es una excepción. En Madrid hay decenas de miles de aspirantes en lista de espera, y la situación se repite en Barcelona, Albacete, Sevilla, Málaga o Bilbao. Lo mismo ocurre con quienes repiten examen o convalidan su licencia extranjera. El mismo laberinto.
Pero no se trata de un fenómeno exclusivamente español. La falta de examinadores se ha convertido en un problema global, alimentado por varios factores. El primero, la pandemia de la covid-19, que paralizó durante meses las pruebas de conducir en buena parte del mundo. En el Reino Unido, por ejemplo, se calcula que se dejaron de realizar cerca de un millón de exámenes, y aún hoy el sistema arrastra aquella acumulación.
El colapso se extiende por toda Europa. En Portugal, más de 8000 aspirantes esperaban el examen a mediados de 2024; en Francia, las listas de espera superan ya los dos meses –hasta seis en algunos departamentos–.
El segundo factor es estructural: los examinadores. En España, casi todas las jefaturas de Tráfico están saturadas. De las 902 plazas, el 93 por ciento están ocupadas, según los sindicatos, aunque la Dirección General de Tráfico eleva la cifra al 97 por ciento. En la práctica, el Ministerio del Interior cuenta con 875 examinadores para atender a más de un millón de aspirantes cada año. A ello se suma que un examinador solo puede realizar 12 pruebas al día, frente a las 16 de hace una década. «Se restringió por medidas sanitarias tras la pandemia y así seguimos», explica Tere Coll, vicepresidenta de la Confederación Nacional de Autoescuelas (CNAE).
El sector calcula que serían necesarios entre 120 y 150 nuevos examinadores cada año para ofrecer un servicio normal, uno por cada 50.000 habitantes. Las ofertas públicas de empleo (OPE), según la DGT, han servido para cubrir bajas, aunque los sindicatos lo niegan: «Las plazas se cubren cada dos o tres años, y cada año se jubilan entre 60 y 70 examinadores», señala Manuel Santiago, portavoz del CSIF. «Vamos poniendo remiendos», resume Coll.
Desde 2019, los profesores de autoescuela pueden convertirse en examinadores. El proceso es libre: basta con tener más de 23 años, el título de bachillerato, tres años de antigüedad en los permisos B, A2, C o D y superar un proceso selectivo con un examen tipo test, una prueba práctica y un curso de formación en la DGT. Una vez aprobada la oposición, el funcionario realiza un mes de prácticas en una jefatura y pasa a ocupar una plaza con un sueldo que oscila entre 1200 y 3000 euros brutos mensuales.
En España, la espera puede alargarse de dos a seis meses, según el centro de exámenes. El atasco se agrava en verano, cuando los examinadores se van de vacaciones y miles de jóvenes aprovechan el parón académico para sacarse el carné. «Pero ya es habitual durante todo el año –advierte Santiago–. Arrastramos este problema desde 2017».
Tanto los alumnos como las autoescuelas coinciden en que el sistema no funciona, aunque cada uno lo mire desde su propio interés. «Yo mando a un alumno a examen cuando está preparado –explica Antonio, profesor de autoescuela–, pero si tiene que esperar meses pierde soltura y hay que darle más clases». Los alumnos, por su parte, sospechan que esa espera también alimenta un negocio: «Así siguen ganando dinero. Por cada clase de coche pago 42,5 euros», denuncia Verónica. El coste medio de sacarse el permiso varía según la pericia del aspirante: si todo va bien, entre 600 y 700 euros; si se necesitan varios intentos, el montante se dispara hasta los 1500.
Pero el atasco no solo se mide en listas de espera, también en suspensos. Según las autoescuelas, cada vez más aspirantes no superan el examen práctico. Lo atribuyen al mayor nivel de exigencia y al largo parón entre clases y prueba, que hace que muchos lleguen 'fríos' al volante. El fallo, sin embargo, empieza antes de abrocharse el cinturón: el 48 por ciento suspende el teórico en la primera convocatoria.
En Alemania, la revista Der Spiegel alertaba de un fenómeno similar: casi la mitad de los aspirantes no aprueba el teórico a la primera. Los instructores alemanes lo tienen claro: los jóvenes llegan con menos nociones básicas que en el pasado. «Algunos no saben que hay que detenerse ante una señal de stop», contaba uno de ellos. ¿El motivo? «Pasan la infancia y la adolescencia en el asiento trasero del coche mirando fijamente el móvil mientras sus padres los llevan a todas partes. Ni caminan ni van en bicicleta, así que no se fijan en las señales ni en el tráfico que los rodea». Otro instructor apuntaba otra causa: los test de autoescuela exigen memorizar, una práctica en 'desuso' entre los jóvenes. En su defensa, los formadores alegan que el tráfico es más complejo ahora: hay más coches, más señales y más normas.
En Francia, el debate ha llegado incluso al Parlamento. Las autoescuelas reclaman medidas para «aumentar la tasa de éxito en el examen», que apenas alcanza el 59 por ciento en la primera convocatoria. El ministro del Interior replicó achacando la responsabilidad a las propias autoescuelas y su método de formación. En toda Europa, aprobar el carné se ha convertido en algo más que una cuestión de tráfico: es un examen de paciencia… y un test generacional.
Reino Unido
En el Reino Unido, la reventa no es sinónimo de partido de la Premier League ni del último concierto de Oasis, sino de una cita para sacarse el carné de conducir. La demanda es tan alta que ha creado un ‘mercado negro’. En Inglaterra se puede solicitar cita personalmente y algunos utilizan bots para acaparar los huecos disponibles y luego revenderlos. En España no existe ese mercado. Las citas las gestiona directamente la DGT y solo pueden reservarlas las autoescuelas.
Conseguir fecha para el examen puede convertirse en una carrera de fondo. Según la CNAE, las provincias más castigadas por la falta de examinadores son Barcelona, Madrid, Murcia, Cádiz, Girona y Córdoba. Solo en la capital hay unos 60.000 aspirantes esperando turno. En Cádiz, la desproporción es aún mayor: siete examinadores para una lista de 10.000 personas. En muchas de esas jefaturas, cuenta más la paciencia que la pericia.
Ante esa saturación, muchos alumnos optan por desplazarse a otras provincias. Si hace unos años Cuenca era conocida –además de por sus Casas Colgantes– por los cursos de conducción exprés de los famosos, ahora el fenómeno se ha extendido a otros puntos del país. Los aspirantes viajan allí donde las listas de espera son más cortas, en una especie de turismo del 'apto' que revela hasta qué punto sacarse el carné se ha convertido en una gincana nacional.
Las estadísticas de la DGT confirman ese éxodo temporal hacia provincias menos «asfixiadas», y las autoescuelas también lo corroboran. «Sí, se nota especialmente en verano, cuando muchos jóvenes se marchan a provincias limítrofes», explica Tere Coll, de la CNAE. En Pontevedra, Segovia, Huesca, Palencia, Albacete o Ávila no hay tantas esperas, y así resulta que hay más aprobados en la prueba práctica que en la teórica. «Muchos no se dan cuenta de que cada ciudad tiene sus particularidades», advierte Coll. Porque no es lo mismo aprender a conducir en Madrid que examinarse en Segovia.
A Verónica, que sigue esperando su turno, la inquieta la situación, pero no la paraliza. «Tengo el autobús en frente de casa para ir a la universidad», dice, restándole dramatismo. A otros solo les queda esperar esa llamada que ponga fin a la gincana: «Verónica, es tu turno».