Revolución flamenca
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Revolución flamenca
Viernes, 12 de Diciembre 2025, 10:03h
Tiempo de lectura: 17 min
El gran Mijaíl Barýshnikov, para muchos el mejor bailarín del mundo, cayó rendido a sus pies. Literalmente. Fue en 2010, en Nueva York. Molina cerró su actuación y, al poco, el genio apareció en su camerino para arrodillarse ante ella. Visceral y sin barreras, Molina no encaja en el arquetipo de bailaora al estilo Sara Baras: cuerpo estilizado, tez aceitunada... «En la Academia yo era obediente, pero nunca encajé: por altura, por físico, por mi cara de paya; años más tarde supe que me llamaban 'la autista'». Lleva bailando desde los 7 años y pronto su intuición la dirigió por caminos al margen. Y ahí sigue. Razón por la que los puristas ni siquiera la consideran flamenca. Poco le importa. Con 26 años ya era Premio Nacional de Danza, el mismo año en que hizo llorar al mismísimo Barýshnikov. ¿Puede haber mayor consagración?
XLSemanal. ¿Qué le dijo Barýshnikov?
Rocío Molina. Que nunca había visto nada igual. Yo quería levantarlo: «Por Dios, si soy yo la que…». De Misha me emocionó cómo me miró, lloraba ante mí: pura verdad, pura humildad, pura grandeza. Hablamos del gusto por los pequeños detalles en el movimiento.
XL. También Pedro Almodóvar se le puso de rodillas en el estreno de Calentamiento, su nuevo espectáculo...
R.M. Sí, madre mía, eso me acompañará toda la vida.
XL. ¿Ya le ha ofrecido un papel o hacerle una película como las de Carlos Saura?
R.M. Uy, no, pero con él hasta de figuranta. Igual es lo mejor porque memorizar no es lo mío [se ríe].
XL. ¿En qué momento su carrera tomó un camino tan personal?
R.M. De niña siempre sentí una curiosidad profunda, quizá porque mi hogar no era flamenco. Al final, fue una ventaja porque desde esa libertad inocente e ingenua me bajaba al sótano y hacía mis propias coreografías.
XL. ¿Le duelen los ataques de los puristas?
R.M. Allá ellos, supongo que les da miedo perder su posición de ‘guardianes’ de lo auténtico. Pero que el flamenco cambie es irremediable. ¡Es un arte vivo, por Dios! La pureza solo tiene que ver con uno mismo, con la verdad que hay en lo que haces para transmitir emoción.
XL. ¿Alguna vez se planteó: «Voy a transformar el flamenco»?
R.M. Yo no soy de discursos. Soy más de cuerpo y carne que de poner palabras a lo que siento. Antes de incorporar nada, siempre espero a ver lo que mi cuerpo siente; él decide si eso se hace parte de mi arte para siempre.
XL. ¿Su heterodoxia es también vital, social, política?
R.M. Sí, y eso es un esfuerzo extra, porque implica un ejercicio de relación con el mundo y los demás. Percibir la verdad del cuerpo obliga a buscar la coherencia en todo. Y el cuerpo de la mujer es algo muy político, te juzgan sin parar por lo que haces con él.
XL. ¿Qué papel juega este aspecto ‘político’ a la hora de crear una coreografía?
R.M. La creación trasciende lo social y lo político, el feminismo y el machismo. El arte es un lugar donde juego con lo que he vivido y sigo viviendo, con el sufrimiento y el disfrute, sin barreras ni teorizaciones.
XL. En 2018, embarazada de su hija, bailó hasta el octavo mes… ¿Fue un acto político, feminista?
R.M. Claro. Y fui muy criticada, pero yo lo necesitaba. De no haber vivido así mi embarazo me habría buscado un problema porque yo soy así. Lo hacía todo con menos potencia e impacto físico y tras consultarlo con quien debía, pero bailar es expresar lo que vive mi cuerpo, y un embarazo es un momento único que, como bailaora y como mujer, decidí explorar. Como siempre he hecho, escuché a mi cuerpo, con más atención que nunca si cabe, y él me dijo cuándo debía parar.
XL. ¿El escenario fue en esos días una especie de refugio?
R.M. Fue mi salvación, sí. Me decían: «Qué fuerte, qué valiente», pero en mi vida me he sentido más pequeña y cobarde que después de haber parido una niña y encontrarme con el dolor real, no ese que experimento bailando. De valentía nada. Fue una ‘molinada’ de las gordas [se ríe]. ¿A quién se le ocurre? Pero oye, no cambiaría nada.
XL. En Calentamiento habla de su convivencia con el dolor. ¿Cómo ha sido esa relación a lo largo de su vida?
R.M. En mi trabajo todo gira alrededor del dolor. Es como si persiguiera lo que más miedo me da. En vez de salir corriendo, voy de frente por miedo a que algún día no sea capaz de enfrentarme a él. El calentamiento es necesario en esa relación, para que el dolor no sea traumático. Y con la edad necesito cada vez más tiempo para calentar. No es solo la musculatura, me preparo para todo el trance. Entender esto me hace entender el placer que me produce la relación entre mi baile y mi cuerpo.
XL. ¿Aprender y gestionar esto ha sido un proceso continuo en su vida?
R.M. No puedes imaginar. He probado cosas para quitar o reducir el dolor en mi preparación, pero nada ha funcionado. De hecho, me ha dolido el cuerpo más que nunca. Hoy voy despacito hasta sentir ese umbral en que aparece el alivio y nada duele.
XL. Como en la muerte…
R.M. Sí. Calentamiento habla del miedo a parar y que se enfríe el cuerpo, del miedo a la muerte. Empezar es muy traumático y acabar da mucho miedo. ¿Qué pasa si algún día no quiero volver a empezar?
XL. Después de dar a luz, desde luego, no tardó nada en volver a actuar…
R.M. Sí, sí, a los cuatro meses ya estaba de gira con Caída del cielo, que es una obra muy exigente, con muchas caídas. Es increíble como el cuerpo tiene memoria y sabe volver, porque tampoco forcé, fue muy natural.
XL. Como bailaora, ¿la maternidad fue un antes y un después?
R.M. Totalmente, porque la maternidad es extrema. Hay cosas muy violentas, se entremezclan la belleza y lo terrorífico de la vida; la dureza y la hermosura. Para llevar eso bien necesitaba bailarlo.
XL. Pero ¿cambió su forma de bailar?
R.M. Sí, mi fuerza hoy ya no está en la potencia. Eso se ejercita. Descubrí que la fuerza de la mujer está en otros lugares.
XL. ¿La potencia, entonces, era un modo de equipararse al hombre?
R.M. Eso es, porque así te aceptan. Y es aplicable a todo, porque las normas son de los hombres.
XL. Los críticos son también hombres...
R.M. Claro, y hay mucho machismo. Yo he sufrido actitudes de abuso y machismo puro a las que no había puesto nombre. Piensa que, con 8 años, trataba con hombres de 50 y sufrí discriminaciones brutales, las cosas que te decían... Y era ‘lo normal’. Por fortuna, ya no lo es.
Hay entre los puristas un deporte llamado ‘tiro al Niño de Elche’. ‘Traidor’, ‘canticida’, ‘impostor’ son solo algunas de las lindezas que le dedican. Al ilicitano, sin embargo, gran agitador del flamenco en los últimos 20 años, lo respalda una obra ingente (colaboraciones con Rosalía o C. Tangana incluidas) en la que su conocimiento del cante se cruza con la electrónica, el rock, la poesía, la performance o el arte contemporáneo. Creador de once discos, seis libros, proyectos escénicos y museísticos e investigador insaciable, Francisco Contreras es un artista sin límites, reflexivo e incisivo cuando crea y, compruébelo, también cuando habla.
XLSemanal. ¿Es el flamenco una camisa de fuerza para usted?
Niño de Elche. El flamenco nunca, los flamencos sí. Artistas, críticos, mánagers, discográficas, gestores culturales y el nacionalflamenquismo, esa idea de identidad nacional relacionada con el flamenco... Todo son grilletes que romper o paredes que golpear.
XL. ¿Qué siente ante las reacciones airadas que despierta?
N.E. Nada, porque esa división ortodoxos/ heterodoxos no es sana ni real. Esto no va de pandillas, sino de formas de hacer. Y la verdadera creación no puede estar sometida. Ya lo decía Julio Anguita: «No me diga usted lo que es, sino lo que hace».
XL. La división, sin embargo, es real para los ortodoxos...
N.E. Porque no entienden que el arte no es algo inamovible y estanco. Por eso están siempre enfadados: no pueden ver realizada esa utopía.
XL. En 2018 se definió como ‘exflamenco’, ¿el género se le quedó pequeño?
N.E. En absoluto, porque no lo entiendo como una idea estándar. El prefijo ‘ex’ es un intento de alejarme para hacer discos todavía más radicales. Ya le estoy dando vueltas al ‘in’, un prefijo que me conecta con el hiperrealismo de Francis Bacon como intensificador de la realidad, que es como yo trabajo: pongo la lupa para ver las rugosidades, telarañas, suciedad...
XL. Además de ‘exflamenco’, ¿es también ‘excantaor’?
N.E. O ‘incantaor’. Encantador sí que no soy [se ríe].
XL. Encantador de serpientes…
N.E. Eso seguro. Lo experimental tiene algo de engaño.
XL. Por otro lado, se dice que «redibuja el flamenco y lo libera de ataduras», que «tiene voz propia»...
N.E. Está bien, pero no soy un renovador, no me interesa. Los criticones y gitanistas de turno, las Juntas de Andalucía de turno son un maravilloso espacio creativo para mí [sonríe]. Si quieren que el flamenco sea algo respetuoso que no cuenten conmigo.
XL. ¿Considera a Morente un precursor por mezclar cante con poesía, rock...?
N.E. No. Morente es una figura importante y tuvo inquietudes, pero apenas profundizó en ellas. Enseguida pasaba a otra cosa. Pero eso no le quita valor como ama de llaves del flamenco; nos abrió muchas puertas.
XL. Además de Márquez y Molina, ha colaborado con Israel Galván, Rosalía, Perrate, C. Tangana, Raül Refree... ¿Qué importancia tiene la colaboración, permitir que los lenguajes de otros modifiquen el suyo, en su camino hacia la heterodoxia?
N.E. En mi primer libro, No comparto los postres, titulé un apartado Colaboracionista, porque no soy tanto colaborador, sino colaboracionista. Muchas de mis colaboraciones tienen que ver con una especie de hackeo del sistema o, al menos, de los pequeños estándares. Colaboro desde esa perspectiva y por amistad, por conexión. Es la posibilidad de hacer cosas que no haría yo solo.
XL. ¿Esta reunión para XLSemanal es, entonces, un encuentro entre almas gemelas?
N.E. Claro. Y es muy bonito porque nos ha unido nuestra forma de acercarnos al arte.
XL. Su nuevo disco, Cru+es (léase Cruces), con Refree, de aire espiritual, salió poco después de Lux, de Rosalía. ¿Pura coincidencia?
N.E. Totalmente. Con Rosalía yo no he hablado sobre nada de esto. El mainstream se interesa ahora por ello y parece que hay un resurgir, pero los flamencos, como Rosalía o nosotros, tenemos muy incorporada la espiritualidad. Refree y yo llevamos seis años tocando juntos. En 2013 ya grabé Sí, a Miguel Hernández, que, aunque era de izquierdas, es el poeta más religioso en el sentido radical del término. Y este mismo año he musicalizado el Cántico cósmico, de Ernesto Cardenal, cuyo célebre Salmo XXI está en este disco.
XL. ¿No cree entonces que, como se dice últimamente, vivimos un retorno a la religiosidad o una especie de reconfiguración espiritual?
N.E. No sabría decirte, pero, de ser así, toda superación del prejuicio siempre es positiva. La idea de Dios, en todo caso, siempre será algo personal. Por ejemplo, mis amigos ultrarreligiosos siempre se indignan ante lo que hago, pero el cante que más he tocado ha sido la saeta, que es el más relacionado con la devoción. Tengo, además, mucha relación con movimientos religiosos y voy con frecuencia a misa al Valle de los Caídos.
XL. ¿Por qué precisamente allí?
N.E. Para escuchar gregoriano, que son los mejores de España, y la basílica tiene una acústica maravillosa. Esos monjes guardan la esencia de ese canto y hacen cursos todos los años. Yo escucho un disco de música sacra cada mañana. Atraviesa todo lo que he hecho últimamente. Soy muy aficionado a los réquiem y todo lo que he hecho en el último año está atravesado por eso.
XL. ¿Hay en su disco una reivindicación del susurro, del silencio?
N.E. Sí. Desde que empecé a trabajar con la performance, hace más de 20 años, el silencio siempre ha sido un término muy claro. Cuando descubres la obra de John Cage, la idea del silencio te abrasa. Decía Llorenç Barber que todos somos hijos de John Cage [se ríe]. Me interesa el silencio material, del que habla Cage, y el silencio que tiene que ver con lo espiritual. Mis experiencias con la performance me enseñaron a entender la idea del silencio en el espacio y el tiempo.
XL. Le gusta el silencio, pero también el ruido, encadenarlos.
N.E. Porque son almas gemelas, dos espacios de posibilidad para llevar cosas al extremo. El silencio se ha trabajado mucho en música contemporánea, pero poco en el flamenco. Morente se interesó por ello con Campana y silencio, en su disco Pablo de Málaga, pero, una vez más, no lo desarrolló.
Su destino estaba sellado. En 2008, con 22 años, ganó la Lámpara Minera, el ‘Oscar del cante’. Nunca una mujer tan joven lo había conseguido. Emergía, proclamó la ‘Academia’, una gran figura a la altura de los cantes más jondos. Pero Márquez, curtida desde los 9 años en peñas y concursos televisivos, comprendió de pronto que ese no debía ser su camino. Artista de mente expansiva, motor curioso y peleada con los prejuicios, sintió que la ortodoxia se le quedaba pequeña. Crisis brutal. Pensó en dejar el cante, pero comprendió que solo debía cambiar de rumbo. Se doctoró cum laude por la Universidad de Sevilla, con una tesis sobre Técnica vocal en el flamenco, y hoy crea discos sin límites que ya son considerados hitos en la renovación de un género cada vez más abierto.
XLSemanal. Como ganadora precoz de la Lámpara Minera, ¿ha sido usted una de las grandes decepciones para los puristas?
R.M. Al menos, sentí que les debía algo. Los ‘sabios’ me habían bendecido y no podía defraudarlos. Yo era una cantaora clásica que tenía muy presente respetar los cánones, pero empezó a angustiarme eso de hacer siempre los mismos cantes y de la misma manera. Esa manera de percibir el arte me estaba resultando superangustiosa. Hasta que un día perdí la chispa... Y, oye, fue maravilloso.
XL. ¿Maravilloso?
R.M. Sí, benditas crisis que te redirigen adonde debes ir; en mi caso: obedecer a mi intuición. Nada me ha sentado mejor que dejar de cuestionarme si lo que hago es flamenco o no lo es. Es mi punto de partida, siempre, pero ya no es una camisa de fuerza que me puse a mi misma. Yo tengo un punto bienqueda y cuando en mis primeros años percibía reacciones negativas me dolían y me desestabilizaban. Ahora, cuando me critican casi que lo agradezco, porque si defendemos que el arte remueva conciencias y que ese sea el fin último, ¿qué sentido tiene no abrir nuevos caminos?
XL. ¿Y si, al final, la camisa de fuerza acaba siendo la necesidad de hacer siempre algo distinto?
R.M. Es el problema de los discursos: si verbalizas algo, eso te obliga. Ahora siento mucha chispa por los proyectos nuevos, pero quién sabe en quince años… Yo tuve esa chispa con repertorios tradicionales hasta que se me apagó. Por eso creo que la libertad es que mañana me dé por hacer guitarra y cante tradicional: polo, caña, seguiriya y soleá, y no pasa nada.
XL. Colabora con artistas de distintos lenguajes. ¿Va por ahí buscando almas gemelas?
R.M. Yo conecto por la emoción. Da igual género, forma o lenguaje, percibo algo fuerte, un hilo del que tirar, y siento el flechazo. En la vida, al final, te alineas con personas de perspectivas similares.
XL. Niño de Elche se define ‘exflamenco’. ¿Y usted?
R.M. Yo, ‘transflamenca’ [risas]. No, a ver, cuando tienes los códigos flamencos interiorizados, como los tenemos él y yo, estos te brotan sin más. Cuando algo te ha atravesado de verdad, eso lo vas a tener de por vida. Pero nuestro trabajo no separa, divide ni excluye, sino que integra, suma y celebra la diversidad.
XL. Como expurista que es, ¿entiende mejor a los puristas?
R.M. Es que este es un arte muy vinculado a la raíz, a la memoria, a lo ancestral y por eso le cuesta tanto la apertura, sobre todo en la voz. El baile tiene un aliado en lo contemporáneo, pero el cante es el elemento madre, la parcelita intocable. Por eso a mucha gente le explota la cabeza al escucharme a mí o a Paco [Niño de Elche].
XL. Quizá porque la voz del cante es especial, conecta con algo íntimo, casi sagrado, profundo.
R.M. Es verdad. Y por eso en el flamenco hay una necesidad tan gorda de conectar con uno mismo; un deseo de introspección que, quizá, no se da en otros estilos, y la voz es una herramienta maravillosa para eso. Trabaja mucho con el dolor y con sostener emociones no muy amables; y las nombra sin tapujos. Es un cante a pecho descubierto. Quizá por eso se te mete tan adentro.
XL.En su último disco, Himno vertical, canta: «A veces pienso que hay alguien dentro de mí». ¿Tiene que ver esa voz interior con todo esto?
R.M. Me voy a poner mística, pero en esa letra hablo de cómo somos ‘canal’. Lo que somos de verdad es lo que queda cuando somos capaces de acallar la mente, apaciguar las emociones y calmar lo físico. Desde la quietud y el silencio podemos conectar con ese ser interior –o superior, no sé–, con esa esencia de lo que realmente somos. Y canto a esos momentos en los que siento que se me filtra esa esencia.
XL. El éxito de Rosalía, consiguiendo con un disco tan poco comercial como Lux el mayor lanzamiento de su carrera, ¿refleja que las nuevas generaciones son más receptivas, menos puristas?
R.M. Es verdad que ahora está todo más mezclado, pero es que Rosalía es muy inteligente, muy valiente y hace muy bien las cosas. ¿Cómo consigue ese equilibrio entre conquistar el mainstream y hacer algo tan interesante? Cuando la vi cantando con una colocación lírica en alemán, flipé. Es muy complicado tener ese alcance universal con algo que suena tan culto.
XL. ¿Su éxito es una oportunidad para el flamenco o una amenaza de que se perciba como producto pop?
R.M. Yo creo que le hace bien al flamenco, porque mucha gente joven se está acercando gracias a ella. Vivimos un momentazo, lo ves en los festivales donde se dan la mano cosas muy tradicionales con otras muy abiertas. Al final, eso hace al flamenco más grande y ayuda a que quepan más cosas en él.
XL. Actuó de niña en programas como Veo veo, Menudas Estrellas o Bravo, bravísimo, ¿condicionó esa fama precoz su carrera?
R.M. Mucho. Me di cuenta de lo que me gustaba cantar, pero también aprendí lo que no quería. Como salía en la tele, en Huelva me paraban mucho por la calle. Ahora sólo de vez en cuando en el súper. No veas la alegría que da estar cogiendo melocotones y escuchar a una mujer: «Ayyy, tú cantas, ¿verdad?» [se ríe]. Pero la fama y el reconocimiento es presión: «Vale, me gusta cantar, se me da bien, pero ¿qué? ¿cómo? ¿hacia dónde voy?».
XL. ¿En su familia había conciencia de que estaban criando a una artista?
R.M. Por un tiempo intentaron a ver si me daba por otra cosa, les parecía muy difícil. Cuando mi tío Pedro llamó a Menudas Estrellas mi madre me dijo: «Rocío, hija, no te vayas a creer las cosas de la tele. Venga, tú me cantas sólo a mí». Ella me daba el mando de la tele para que, como si fuera un micro, le cantara Marisol. Pero fui muy pesada y acabaron apoyándome en todo, incluida la formación.
XL. ¿De dónde le vino a usted el afán experimentador?
R.M. Mi tesis doctoral Técnica Vocal en el Flamenco lo cambió todo. En esa investigación me hice una resonancia magnética cantando y vi que las vibraciones que siento al cantar en mis resonadores corporales –seno frontal, nariz, pómulos– eran físicamente reales. Flipé. Fue el momento en que las propuestas empezaron a surgir desde la búsqueda y no desde el afán por alcanzar un lugar determinado. Ahí empecé a pasármelo bien, porque hasta entonces había sido todo exigencia máxima y academia hasta acabar pensando que igual el cante no me gustaba tanto como creía.
XL. ¿Que su forma de cantar sume pequeñas variaciones con cada disco se debe a esa 'búsqueda'?
R.M. Eso es porque nunca me quedo con lo que ya me ha funcionado. Cada proyecto es una nueva improvisación, una investigación en busca de la esencia del momento que vivo. Nunca intentes reproducir algo que te gustó mucho. No te va a salir igual.