Las 321 ovejas que le han matado al ganadero Antonio Galera Tello eran hijas de las hijas, de las hijas de aquella primera que le compró su padre cuando tenía apenas quince años. A todas y cada una las había visto nacer y las había ... criado. A todas y cada una de las suyas –la rubia, la del lunar...– las reconocería mezcladas entre un millón.
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Llevaban ya unas semanas encerradas bajo las restricciones cuando se confirmó el foco en Benamaurel, la zona cero de la viruela en Granada, y una tras otra, fueron cayendo las ovejas de sus vecinos. «Cuando me tocó y me dijeron que tenía que sacrificarlas a todas, a las grandes y a las chicas, me puse loco de la cabeza, se me vino el mundo encima», relata Antonio, que asume que la pérdida de su rebaño es «lo peor que me ha podido pasar en la vida». «No pude quedarme a ver cómo las mataban», recuerda con una angustia en el pecho que le asfixia aún dos meses después.
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Antonio sigue de luto, viviendo un duelo personal que le tiene con el estómago «retorcido» y le impide dormir. Incluso ha dejado de ir al bar por no repetir explicaciones ni recordar la historia cuando sus vecinos con la mejor de las intenciones se interesan por cómo está.
Todavía le duele demasiado. «Me han matado a mi también, así lo digo porque así lo siento. Algo de mí se ha muerto con ellas, Para mi eran más que animales y eran 40 años de trabajo. No las había comprado, a todas las había criado yo y me ha dolido mucho», cuenta. No le da vergüenza admitir que en estos meses ha llorado como un niño.
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Empezó subiendo el agua a cubos desde la acequia y tras años de esfuerzo y sacrificio tenía una explotación con todo pagado y un negocio al que le veía luz. Ahora se ha quedado sin ovejas, pero cada día sigue yendo a la finca. «Me oían llegar en la moto ya estaban graznando, ahora me retumba el silencio», dice.
Lo de la ruina económica que se le ha venido encima es otro capítulo. Calcula que ha perdido más de diez mil euros tan solo por lo borregos que iba a vender apenas días antes de que se detectara el brote. «Me los iban a pagar a 106 euros y ahora tendré que esperar la indemnización por sacrificio que paga el Gobierno que es 43 euros. El pienso que se habían comido, más de 2.200 euros, también lo he perdido», explica.
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Además espera que se agilicen los pagos de las ayudas para la limpieza, ya que ha tenido que adelantar más de tres mil euros para la desinfección de la explotación que tendrá que estar seis meses sin animales. «Se que el rebaño que tenía ya nunca lo voy a volver a tener, a mi me han sesgado la vida, pero ¿con 55 años donde voy? ¿a la obra? Tendré que volver a empezar cuando se pueda, no me ha pasado por la cabeza rendirme», concluye.
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